Una pausa (más) para pensar
Esto es mi experiencia personal. Según lo que he vivido hasta ahora, en España, la mayoría de los docentes de Formación Profesional para el Empleo solemos dar un descanso «largo» —de unos 30 minutos o más— en clases que pueden durar 5 a 6 horas.
Sin embargo, recientemente tuve la oportunidad de trabajar con dos grupos diferentes de estudiantes extranjeros, y allí noté algo distinto: sus módulos incluían pausas cortas de unos 5-10 minutos cada 60 o 90 minutos.
La experiencia se repitió unos meses más tarde durante una jornada internacional con tres países. Cada 90 minutos, nos daban un descanso de 5-10 minutos para ponernos de pie, rellenar botellas de agua o usar el baño. En conclusión, nadie se quedaba sentado. Me uní incluso a una persona haciendo 20 sentadillas para reactivarse. En otro descanso, probé con levantamientos de talones, y decidí incorporar esos descansos activos en mi día a día.
Estas experiencias me dejaron pensando:
¿Estamos aprovechando bien nuestras pausas “largas”?
¿O sería mejor adoptar el modelo de los micro descansos que parecen funcionar tan bien en otros países?
Lo que dice la ciencia
La evidencia científica ofrece pistas interesantes:
🔹 Un meta-análisis reciente señala que los descansos breves —de hasta 5 minutos— aumentan el vigor y reducen la fatiga, aunque su impacto en el rendimiento es más moderado (PMC).
🔹 Otra investigación muestra que un descanso sin estructura de 5 minutos durante tareas complejas puede restaurar la atención (MedicalXpress).
🔹 Además, la University of Rochester sugiere que una pausa de 10 minutos cada 50 minutos de trabajo mejora el enfoque.
En el ámbito educativo, se ha comprobado que los descansos activos, donde hay movimiento o cambio de actividad, tienen efectos positivos moderados sobre la atención selectiva.
Aplicaciones prácticas en el aula
Nuestra costumbre de ofrecer una pausa larga tiene ventajas sociales y logísticas, pero puede no ser la más eficiente para mantener la concentración.
Las pausas cortas y frecuentes ayudan a “reiniciar” el foco mental sin romper el ritmo de aprendizaje.
No se trata solo de parar, sino de cómo se pausa: estirarse, cambiar de actividad o conversar brevemente puede marcar la diferencia. Cada grupo es un mundo, y observar sus niveles de energía y concentración puede ayudarnos a decidir cuándo y cómo hacer las pausas.
Una pausa con propósito
Adoptar micro descansos (con propósito), no significa renunciar a lo que hacemos “desde siempre”, sino experimentar con nuevas formas de enseñar más acordes con lo que la ciencia sugiere.
Tal vez el equilibrio esté en combinar ambas estrategias: pausas breves que mantengan la atención y un descanso largo para fomentar la convivencia.
En definitiva, si queremos clases más dinámicas, menos agotamiento y mayor conexión con nuestros alumnos, quizá ha llegado el momento de probar algo diferente.
💬 ¿Tú qué opinas?


